miércoles, 2 de febrero de 2011

LA MENTIRA PIADOSA NO SE JUSTIFICA



Entre la mentira y la verdad, la primera rebaja, la segunda eleva. La verdad viene de Dios, la mentira es engendro del maligno. Los que usan la mentira lo hacen para quedar bien, pero la mejor manera de quedar mal es mentir, ya que el primero engañado es el que miente porque cree que ha quedado bien, cuando realmente ha quedado mal.

La mentira está prohibida en el octavo Mandamiento: No mentirás ni levantarás falso testimonio (Ex. 20,16). El Apóstol Pablo exhorta: No se mientan los unos a los otros (cf Colosenses 3,9). Dice además, desechen toda mentira, digan la verdad cada uno a su prójimo (cf Efesios 4,25). Y San Juan enseña que el diablo es mentiroso y padre de la mentira (cf Juan 8,44). Y en Apocalipsis dice: “Afuera todo el que ama y obra la mentira” (cf Apocalipsis 22,15).

El Catecismo de la Iglesia Católica en el número 2464 nos enseña: “El octavo mandamiento prohíbe falsear la verdad en las relaciones con el prójimo. Este precepto moral deriva de la vocación del pueblo santo de ser testigo de Dios, que es y que quiere la Verdad. Las ofensas a la verdad expresan mediante palabras o acciones, un rechazo a comprometerse con la rectitud moral: son infidelidades básicas frente a Dios y, en este sentido, socavan las bases de la Alianza”.

El Catecismo afirma en otra página: “La mentira es la ofensa más directa contra la verdad”. “La mentira se vuelve calumnia cuando se daña gravemente la reputación de la otra persona lo cual es condenable por la ley civil y la ley moral, va contra la justicia y la verdad y entraña el deber de reparación, auque su autor haya sido perdonado” (ver Catecismo números 2465- 2486…).

Y San Agustín dice: “La mentira consiste en decir falsedad con intención de engañar”.

¿Quién no habrá mentido? Pero hay muchas personas que han llegado al vicio de la mentira usándola como un recurso de defensa en cualquier ocasión sin darle importancia a sus consecuencias. No vale decir que son “mentiras piadosas”, o que no hacen daño a nadie. El primer daño se lo hace el mismo que miente, pues carga su conciencia que luego le reclama. La regla de oro es que nunca se mienta, pues es un mandamiento de Dios, que no admite acomodación.

El mentiroso se perjudica a sí mismo, se hace perder la confianza, se acarrea distanciamiento de los demás, y mutila el valor de su sinceridad y de su buena fama. La mentira molesta tanto que ha llevado al descrédito de los que hacen promesas por demagogia y después no las cumplen. Como rechazo a la mentira se le ha creado el adagio: “es mejor vivir junto a un ladrón que junto a un mentiroso”.

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