Rev. P. Manuel Antonio García
Hemos de confiar plenamente en el amor de Dios que nos permitirá, bajo toda circunstancia, vivir la experiencia de Jesús, muerto y resucitado para nuestra salvación.
En la narración evangélica del Primer día de la Semana, Jesús sube a Jerusalén, a la ciudad que asesina a los profetas. Sólo hace seis días que anunció su pasión y muerte y que reprendió severamente a Pedro, que trataba de apartarle de su camino. Suben a la montaña donde se unen dos realidades aparentemente irreconciliables:
1. La gloria de Dios, presente en la nube, y la voz que se oye desde el cielo. "Este es mi hijo, el amado, en quien tengo puestas todas mis complacencias, escúchenle". Los vestidos blancos del Maestro. Las alabanzas de Pedro y los discípulos.
2. El anuncio a los Apóstoles de la Pasión, Muerte y resurrección de Jesucristo. Las negaciones de Pedro y la huida de los discípulos.
Experiencia parecida a la del Domingo pasado, fruto del Bautismo, las tentaciones del desierto.
Este es el camino hacia la plenitud de vida, por el sufrimiento, por la persecución, por el aparente fracaso. Se llega a la gloria de la resurrección pasando por la lucha de la pasión de cada día hasta la muerte.
Es la experiencia de fe de los apóstoles, que la Iglesia actualiza en el tiempo de Cuaresma en la Eucaristía, caminando hacia la Pascua.
No nos contentemos con una fe superficial, sin contenido, sin camino, sin lucha.
Por eso, Cristo y sus discípulos descienden de la montaña. No ha sido más que un alto en el camino que sube a Jerusalén, porque no ha llegado aún la hora del triunfo. La Transfiguración del Señor es sólo un anticipo de la Resurrección y un aliento para seguir caminando hasta que todo se haya terminado, hasta que toda la voluntad del Padre se haya realizado en el abandono de la cruz.
Jesucristo, el Señor, el Hijo de Dios, conduce a su Iglesia hoy por el mismo camino: "El que quiera venir en pos de Mí, tome su cruz y sígame".
No hay comentarios:
Publicar un comentario